Samstag, 18. April 2015

Natalia Lévano Casas: Un café

Todo el mundo venía de las compras con sus fabulosas y gigantes bolsas de plástico. Aquellas con los nombres coloridos de las tiendas en donde se puede comprar a la vez cosas en paquetes o en plástico. En el bus había un alboroto inusitado, nada calmó este alboroto, menos ese estrés tan raro que produce el ir de compras. De repente subió un hombre descalzo, aunque la primavera sólo haya llegado en el calendario, a él parecía no importarle esto. Mis bolsas y yo teníamos un sitio en el bus. Yo me quedé mirándole los pies, me daba frío, sobre todo a mí, de tierras sureñas y del desierto de la costa peruana. El hombre se dio cuenta de mis ojos. Se acercó y me miró agachándose un poco hacia mí. Después sonrió levemente demostrando alegría. Yo le ofrecí mi asiento. Él me dijo que no era tan viejo, yo le dije que no era por eso, sino porque temía que alguien lo pisara. Después se sentó en un sitio cercano al mío. Comenzó a hablar y de buenas a primera me invitó a tomar un café, no quería ser antipática, pero tampoco tan simpática. Al darme la vuelta vi a mi vecino marroquí que habla muy bien español, lo saludé, en la parada siguiente tenía que bajar, así que ya se enfrió el café.



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